BILL AMÉRICO BRUSA: A 90 AÑOS DE SU NACIMIENTO

Es cierto que nos separaron algunas “cosas” de esas que suelen ser irrenunciables para cada quien y que pueden ser determinantes en todos y cada uno de los momentos de la vida. Esas distintas concepciones sobre diversos temas. Que se tienen y que están por encima de preferencias circunstanciales.
 
Una de ellas, cuando transcurría el año 1983, provocó incluso una situación muy tensa. Fue cuando se preparaba la que resultaría (aunque ahora se la ignore intencionadamente) la Primera Fiesta Nacional del Básquetbol, irrepetible no sólo por haber sido la inicial (los que “organizan” ediciones en estos tiempos no han tenido en cuenta ese detalle, que cronológicamente haría que la de este año, si se hace, sea la trigésima del historial) sino porque raramente podría encontrarse algo que superara lo hecho en esa ocasión.
 
El hombre, empecinado mucho tiempo antes del evento (primeros días del quinto mes de ese año) en completar las “carpetas” que para él eran el “símbolo” que identificaba cualquier programación, tuvo una de sus “salidas” muy personales, que algún memorioso recordará, sino fuese por esa “amnesia provocada” que suele distinguir a “cierto biotipo de bahiense”. Ese episodio, ocurrido puertas adentro de la casa del básquetbol, puso en riesgo, incluso, la propia concreción de esa fiesta, en la que se trabajaba desde fines del ’82, cuando sólo a instancias de lo que era por entonces el Círculo de Periodistas Deportivos, se procuró cumplirle su sueño (tener aquí una especie de “Copa Navidad”) a una legendaria figura del deporte emblemático de la ciudad.
 
Aquel evento, se hizo, sí, finalmente, aunque ni siquiera se lo evoque alguna vez como tantas otras cosas que han ocurrido.
 
Pero correría después, mucho agua por debajo de los puentes, aunque suene a ironía cuando la escasez de ese vital elemento domina la escena, por esa suerte de incongruencia entre anuncios ampulosos y fallidas ejecuciones.
 
El hombre, hacedor de triunfos, desde el banco de relevos, más como generador de grupos humanos con espíritu que por técnicas depuradas puestas en el campo de juego por sus dirigidos, fue defensor a ultranza de las “canteras” naturalmente propias, por encima de la contratación de ciertas figuras extranjeras. No alentó “plantillas” con poco “sabor local”, bien es cierto que no por ello se opuso a lo que le dio basamento, con el tiempo, al desembarco exitoso de la “generación dorada” en plena vigencia por estos días, cuando se acerca, fundamentalmente para el baloncesto nacional, el “sueño olímpico Londres 2012”.
 
Supimos de su incesante peregrinaje de los domingos a la mañana, con el móvil de LU3 Radio del Sur, sin dejar un lugar sin visitar, por años, donde se “respirara deporte”. Por haber ejercido personalmente ciertas no fueron pocas las veces en que llegó a “reportearnos”.
 
Andando los años, le vimos cotidianamente sentado a la puerta de la que fue, pegada a 9 de Julio 62, “su residencia”, el departamento de atrás de la Casa del Básquetbol.

Alguna vez, pese a las diferencias, llegamos a compartir su “última soledad”, en el hospital municipal. Sólo los que entrañablemente mantuvieron inalterable la amistad de toda una vida (y cada quien supo y sabe de quiénes se trata, aunque algunos de ellos ya no están), llegaron entonces a visitarlo, como si eso fuera una ironía frente a tanto que se proclamó, en esa frase que cita que “he ganado… en amigos…”.

No supimos (no sabemos) ni de cine ni de tango; apenas si dirigimos una “zona mala”, en el viejo y querido Barracas Central de toda la vida. Jugamos sí, junto a “Beto” (Cabrera, claro), en un equipo de barrio (Cruz del Sud), muy cercano al “Bosque”.
 
Sabemos, desde siempre, que un 19 de mayo fue, en 1922, el día del nacimiento de Bill Américo Brusa.
 
No supimos nunca si alguna vez estuvimos anotados en esa lista del “millón de amigos”. Pero a 90 años de su natalicio, este sábado (19), recordamos al “Lungo”. Sin saber de sus creencias, suponemos aún así que allá, donde esté como premio a su voluntad e infatigable tesón, monseñor Jorge Mayer, por quien, como nosotros, sintió sincero afecto, estará compartiendo con él una oración, en acción de gracias. Nos sumamos desde aquí.
 
Luis María Serralunga

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